La maternidad ha sido para mí una cosa maravillosa, una faceta de realización personal, es haber encontrado algo que considero que hago bien, en lo que considero que estoy contribuyendo a la vida de otra persona y a la sociedad, algo para lo que tengo vocación.
Tiene momentos duros, porque lo que le pasa a mis hijos es más fuerte emocionalmente que si me pasara a mí misma, porque es una tremenda responsabilidad y no siempre estás seguro de estar haciéndolo bien, porque darse cuenta de los errores muchas veces sienta muy mal. Sin embargo todo eso se compensa, ¡es el mejor trabajo que he tenido!
Me suele costar admitir mis virtudes en público, es como si tuviera la superstición de que muchas alabanzas harán que meta la pata, y el miedo a quedar como fanfarrona cuando en realidad no lo estoy haciendo tan bien como pienso. Pero me lo voy a permitir: ¡creo que soy muy buena madre!
No soy la madre perfecta, no existe la perfección en estas cosas, pero creo que soy lo suficientemente buena para criar a mis hijos con respeto, confianza en sí mismos y buenos valores. Y tal vez pueda aportarles también en inteligencia emocional, en las dos o tres cosas que he aprendido en la vida acerca de lidiar con las emociones.
Estos días no han sido fáciles emocionalmente como madre. Entre la sensibilidad aumentada del embarazo y el no estar tomando la medicación, me ha afectado mucho una situación con mi hija.
Hay un error muy típico de los padres que me está costando no cometer: me estoy viendo reflejada en mi hija. Tenemos muchísimas cosas en común y por eso me identifico mucho con ella. En estos días ha estado más reservada y no va contenta al colegio, y eso ha puesto a trabajar a mi cabeza y me ha puesto las emociones a flor de piel.
Me gusta estar atenta a las cosas que puedan estarle pasando, me parece que los niños pequeños merecen que los adultos tengamos un ojo puesto en ellos, que se les puede ayudar mucho si se detecta a tiempo un problema.
Sí, tiendo a caer en otro error común de algunos padres: la sobreprotección. Estoy trabajando en eso, porque quiero que mi hija crezca con confianza en sí misma, con buena autoestima y seguridad, porque sé que sobreprotegerlos puede hacerles mucho daño y cortarles las alas.
Al mismo tiempo, también creo que es importante para ellos sentirse queridos, respaldados, saber que no están solos y tienen apoyo. He aquí una de las mayores dificultades que he visto en esto de ser padre: Abrázalo pero dale espacio, cuida su integridad física pero deja que se caiga, enséñale cosas pero deja que piense y descubra por sí mismo.
Como muchas cosas en la vida, es cuestión de equilibrio, de balance, y termina siendo un arte. Puedes leer muchos consejos de crianza, y esto ayuda, pero sobre la marcha vas experimentando, te vas equivocando, vas ajustando, no hay una fórmula mágica. Se va desarrollando un estilo de maternidad que va de acuerdo a la propia personalidad, a la de los hijos y la pareja, al momento de la vida en que se está.
En fin, que simple no es si te pones a pensarlo… pero si no lo piensas tanto, tampoco es física nuclear, al final es algo natural que hemos estado haciendo los seres humanos por milenios. Es complejo, pero más complejo es mientras más lo analizo…
Se me ocurre ahora compararlo con el surf: si te pones a pensar en todos los músculos que tienes que mover y todos los cálculos que tiene que hacer tu cerebro para mantener el equilibrio, nunca te pararías en una tabla. Pero la gente no lo aprende hasta que no se sube a su tabla, tal vez con unas cuantas instrucciones previas, y empieza a intentarlo y a caerse muchas veces.
El caso es que mi hija me recuerda mucho a mí: es muy inteligente y sensible, simpática pero reservada y con tendencia a la timidez. Se porta muy pero muy bien, eso llama mucho la atención de ella.
De pronto al ver que empezaba a no querer ir al colegio, empecé a preguntarle un poco más cómo le iba al recogerla del colegio. Algo me contaba, pero ya empezaba a evadirme cada vez más y a no contarme nada.
Ahí saltaron todas mis alarmas, recordé que yo era muy tímida y sensible, y en algún momento que no recuerdo, todavía en edad preescolar, dejé de hablar de mis cosas (Tal vez por exceso de insistencia de mi mamá, como estaba haciendo yo ahora con mi hija). Me empecé a sentir mal en el colegio, tal vez por algún desplante de otro niño, alguna vez por alguna profesora que me resultara intimidante.
Lo cierto es que sufría mucho por cosas que tenían solución si algún adulto lo hubiera sabido, sufría yo sola, sin que nadie lo supiera ni se diera cuenta. No hablaba de esto en casa, por alguna razón me daba vergüenza decir algo distinto a «bien» cuando me preguntaban cómo me había ido.
Esto fue el comienzo de mi mala experiencia escolar. Académicamente iba bien, pero socialmente no. Sí tuve amigas, algunas todavía las conservo, pero también tuve épocas de total soledad, de caminar sola en el recreo, esperando que nadie se diera mucha cuenta de esta situación que para mí era deplorable y vergonzosa.
Luego de mayor fui aprendiendo a hablar más de mis emociones. Aunque sigo siendo reservada en general, ya no me trago las cosas, procuro hacer higiene emocional para no quedarme con basura por dentro. Nadie debería sufrir solo.
Pues decidí recuperar la confianza de mi hija, empecé a indagar a través de juegos y pude entrever un poco por dónde iba la cosa. Luego, no enseguida, tal vez otro día o más tarde, probé a hablarle de mí. Le conté cosas de cuando yo era pequeña, tal vez algunas cambiadas y adaptadas, le conté de cómo me sentía en ciertas situaciones… un poco en línea con lo que ya había percibido yo jugando con ella, procurando no meterle en la cabeza preocupaciones que fueran mías y no de ella.
Y ocurrió la magia: ella estaba atenta escuchando y de repente puso cara de haber descubierto algo y me interrumpió: ¡Yo también! y empezó a contarme cosas, sorprendida de que alguien más se hubiera sentido alguna vez como ella.
Fue una buena conversación, aunque no se me ocurrieron en el momento respuestas más asertivas y útiles a las situaciones que se le presentan, pero fue una buena conversación. Me siento bastante satisfecha de conservar un canal de comunicación abierto con ella.
Es difícil no dejar que tus propios miedos influyan en tus hijos, no reaccionar exageradamente algunas veces ante cosas que tocan especialmente alguna fibra por dentro de ti. Pero sigue siendo parte de este arte de la maternidad/paternidad: no transmitirles tus propios conflictos y miedos viéndote reflejado en ellos, pero a la vez echar mano de tu experiencia y lo que has aprendido en la vida para ayudarlos cuando intuyes que puedes tener una idea de lo que están sintiendo.
Tal vez en un momento menos emotivo de mi vida hubiera hecho más o menos lo mismo, pero ahorrándome algunas lágrimas. Tal vez lo hubiera hecho mejor quitándole el drama interno que para mí supone revivir estas cosas. Los niños perciben e intuyen, tal vez mi hija esté percibiendo la intensidad con la que me afectan las cosas ahora, tal vez le haya transmitido inseguridad sin querer.
Pero también es una forma de sobreprotección el pretender que me vea siempre perfecta y segura. Esta es tu mamá, inexperta y a veces insegura, haciendo malabares para brindarte las mejores condiciones para que crezcas y te desarrolles lo más sana posible, lo más autónoma posible y sepas ser feliz y disfrutar la vida. A veces falla el equilibrio y se caen las pelotas, a veces simplemente dejo las pelotas y descanso un poco… Que la equilibrista también necesita estar bien y descansada.
Es todo un arte, no es sencillo, pero no lo cambiaría por nada. ¡Me encanta ser mamá!
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